«Su simpatía, el fervor de su oración, la espontaneidad con que hablaba de sí mismo, su capacidad para entablar relaciones con los demás no eran los simples atributos de una imagen mediática , sino rasgos auténticos de su persona. El cristianismo era para él una experiencia concreta, de carne y hueso, la carne y los huesos de Jesucristo, que se hizo hombre para experimentar las alegrías y los sufrimientos de la humanidad. Por este motivo el testimonio religioso de Karol Wojtyla resultó extraordinariamente fecundo, tal y como documentan las car tas que remitieron a la Postulación -después de su muer te- todos los que se habían inspirado en él para comprender cuál era su auténtica vocación. No es casual que Juan Pablo II tuviese tantos amigos. La suya fue una humanidad verdadera y profunda que vivió con alegría, entusiasmo y generosidad, y que a la vez estuvo en todo momento inmersa en una atmósfera de intensa espiritualidad.»
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