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¿Por qué el coronavirus, cuáles son sus causas y efectos? 

 

      De ello puede hablarnos el biólogo o el médico, también el psicólogo o el economista. Pero solo la fe da el horizonte último que unifica las miradas parciales. El creyente no tiene todas las respuestas, pero conoce a quien sí las tiene. Lo conoce y sabe invocarle, para que le ayude a vivir esta hora con sentido. Creer en Dios significa que nuestro “¿por qué?” puede transformarse en “¿para qué?” 

  “En el programa del Reino de Dios”, decía San Juan Pablo II, “El sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obra de amor al prójimo” (Salvifici Doloris 30). También el sufrimiento del virus está para que se reavive en nosotros el amor. Hacia este amor conduce la providencia todas las cosas. Por eso quien cree en la providencia no responde con la dejadez o la irresponsabilidad, sino con la inteligencia del amor. 

 

    … Este virus nos hiere en el corazón de lo humano, que es la llamada a la comunión. Pero por contraste aprendemos a la vez el gran bien que está amenazando. Pues experimentamos que no tenemos vida sino es vida juntos. Que no podemos florecer como individuos solitarios, sino solo como miembros de una familia, escuela, barrio… El virus desenmascara la mentira del individualismo y atestigua la belleza del bien común. 

 

    

   Tras la pandemia, reedificar. ¿Reedificar lo mismo que ya había? No, pues surgirá una sociedad nueva. Nueva, por el confinamiento sufrido, que ha arruinado algunas formas de vida común, incentivando otras. Pero nueva, sobre todo, porque la pandemia, revelando nuestros amores y nuestros miedos, ha traído una llamada a la libertad. ¿Reconstruiremos, como los de Babel, con una mirada reducida a las propias fuerzas? ¿O, como Noé, abiertos al proyecto del Creador? He aquí el desafío he aquí la esperanza. 

Tras la pandemia, Reedificar

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